No me pagan para leer. El poder detrás del poder


Springfield está aislado. Un enorme domo impide salir a los habitantes del pueblo ficticio más conocido de los Estados Unidos. ¿Cómo llegó esa estructura de vidrio ahí? Retrocedamos un poco en el argumento.
Homero Simpson –¿existe un personaje más icónico de una generación que Homero?– adoptó como mascota a un cerdito, el “cerdo araña”, a quien cuida más que a sus propios hijos. El animal es de buen comer, como su dueño, por lo que produce una cantidad considerable de desechos que deben ser puestos en algún lugar. Para solucionar la cuestión, Homero construye un silo, pero el contenedor se llena rápidamente. ¿Qué hacer con el contenido? Como sabemos, la racionalidad no es parte de los atributos primarios de este jefe de familia, así que decide tirarlos al lago del pueblo que había sido recientemente descontaminado gracias a una campaña liderada por su propia hija, Lisa. Ahí es donde comienzan los problemas.




El lago vuelve a contaminarse por la impericia de Homero. Para evitar que la polución se expanda más allá de los límites de Springfield, un exageradamente poderoso y ambicioso agente de la EPA (la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos), Russ Cargill, planifica cinco soluciones posibles y se las acerca al presidente de los Estados Unidos, cada una en una carpeta separada. ¿Quién está sentado en el Salón Oval para decidir? El presidente Arnold Schwarzenegger.
Esta no es la única vez que el cine estadounidense elige a su máxima figura de acción como primer mandatario. En 1993, se estrenó El demoledor (Demolition Man), una película que no figura, ni figurará, en los momentos culmines del séptimo arte. Protagonizada por Silvester Stallone, Wesley Snipes y Sandra Bullock, El demoledor es la clásica historia que enfrenta a un policía rudo con un villano estereotipadamente malvado. La vuelta de rosca del argumento –si se lo puede llamar así– es que Stallone, el policía bueno pero renuente a actuar según las reglas, y Snipes, el malo, malo, son congelados criogénicamente y despiertan en un futuro naíf, sin delincuencia ni violencia aparente –en realidad, el futuro había encontrado la solución a la pobreza y a la delincuencia escondiéndola en las alcantarillas, como quien esconde la suciedad debajo de la alfombra–.
Bullock, la partenaire de turno, le muestra los cambios que habían acontecido mientras Stallone dormía. En la recorrida, le señala la biblioteca presidencial Arnold Schwarzenegger. Ante la sorpresa de Stallone por lo absurdo del relato, la explicación de Bullock parece casi profética: debido a la popularidad que tenían las películas del austríaco, una enmienda constitucional le había permitido presentarse a las elecciones presidenciales del 2003 –en el mundo real, ese año no hubo ninguna elección aunque hubiera sido atractivo ver unos años después un duelo Obama / Schwarzenegger–
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Volviendo a los Simpson, Cargill coloca las cinco carpetas para resolver la cuestión Springfield en el escritorio del presidente. Schwarzenegger elige la número cuatro, sin leer ninguna, simplemente opta por una al azar. ¿Cuál es su justificación para elegir el destino del pueblo sin siquiera leer las opciones? “No me pagan para leer, me pagan para tomar decisiones”.
Occidente ha sucumbido a la velocidad. Los acontecimientos se suceden sin pausa, la impronta tecnológica ha ganado la batalla. El pensador alemán Martin Heidegger se anticipó a nuestro tiempo al describir, en un curso de Introducción a la Metafísica de 1935, lo que hoy es realidad:
Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente conquistado y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan “experimentar”, simultáneamente, el atentado a un rey en Francia, y un concierto sinfónico en Tokio; cuando el tiempo solo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación; cuando en número de millones triunfen las masas reunidas en asambleas populares, entonces, justamente, entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué?¿hacia dónde?¿y después qué?
El tiempo es rapidez. Los que deben tomar decisiones tienen un margen ajustado para la profundización, actúan en virtud de los tiempos de la opinión pública y de los medios. Ya no existe el detenerse; podemos ver un atentado en simultáneo a un concierto mientras pispeamos un programa de cocina y pasamos por un viejo partido de nuestro equipo favorito que supo vivir tiempos mejores. En esta realidad, el boxeador es el que rige como el gran hombre de una nación.
Heidegger no eligió la figura del pugilista gratuitamente, ya que se trata de la personificación del triunfo de la notoriedad por sobre el cálculo, de la fuerza ante el saber reflexivo. Es la popularidad del campeón lo que lo lleva a estar por sobre el resto. La política no escapa a esa lógica.
La escena del agente Cargill es doblemente representativa. Por un lado, el hecho de que sea Schwarzenegger la figura presidencial que decide el futuro de un pueblo sin pensarlo demasiado, o directamente sin hacerlo, nos grafica un mundo en donde la fama y el nivel de conocimiento son valores que importan casi tanto como las capacidades de liderazgo.
La popularidad que un personaje construye en su ámbito es un capital que, llegado el momento, se puede extrapolar a la política. No solo se estará importando el “ser conocido”, sino también la forma de resolver y actuar que se poseía en la vida anterior. La edificación del reconocimiento resulta ser universal y, como tal, de aplicación indistinta.
En el caso de un actor, este no va a dejar nunca de actuar, incluso llegando al extremo posible de realizar una pantomima de decisión cuando en realidad solo realiza gestos huecos de contenido.
No es casual que Arnold haya construido su carrera cinematográfica encarnando a hombres de acción, personajes que se sostenían en la resolución de los conflictos mediante el músculo y la velocidad. En un mundo donde el zapping es rey, donde el control sobre la realidad se reduce al dedo pulgar, queremos que las cosas sucedan ya, sin dilaciones ni espera.
Exigimos la inmediatez y ahí está el Terminator para guiarnos. Nos sentimos reconfortados porque lo conocemos, todos lo vimos salvar a John Connor, eliminar una amenaza extraterrestre en Depredador (Pedrator), incluso sabemos que sonríe cuando sale de shopping con su hermano Danny DeVito en Gemelos (Twins). Es un hombre que hizo de la eliminación inmediata de las dificultades –aún si lo debía hacer a los tiros– una marca registrada. Y Terminator no se va a detener a pensar qué es lo que debe hacer, simplemente lo hace. A él, finalmente, es al que no le pagan para leer.
La escena también nos muestra la importancia del círculo que rodea al gobernante, tema que ahondaremos en el próximo capítulo. Cuando aquel que decide está sujeto a la presión de tener que brindar soluciones instantáneas a conflictos complejos, el “Estado Mayor” se vuelve una herramienta clave.
Carlos Matus, político y economista chileno, escribió un libro muy ilustrativo sobre el liderazgo en América Latina. Uno de los conceptos que utiliza en esta obra es el de “Estado Mayor” para referirse a la importancia del soporte tecnopolítico que todo líder debe tener.
Cargill, el agente de la EPA, representa ese apoyo –probablemente en su peor faceta– al ofrecerle al presidente un abanico de soluciones para un problema específico de un área específica. Por supuesto que presuponemos que en un país con un relativo nivel de seriedad, la opción de cubrir un pueblo con una esfera de vidrio para contener un desastre ecológico no sería nunca viable. Bueno, en realidad, uno nunca sabe. La humanidad ha tomado decisiones que, en comparación, dejan al domo bien parado.
Si el líder posee un buen equipo detrás, que le ofrezca soluciones, él se podrá dar el lujo, como Schwarzenegger, de elegir una carpeta más allá del contenido, porque descansa plenamente en que cada una de las opciones que se le presentan está respaldada por la pericia de sus asesores o ministros. Igualmente, la cuestión valorativa siempre deberá ser, en última instancia, de quien toma la decisión.
Ahora bien, lo que puede suceder es que los Estados Mayores no tengan la habilidad adecuada para idear todas las alternativas, o que quien gobierna utilice el azar como principal herramienta para resolver cuestiones importantes. No son pocas las veces en que la decisión se termina tomando por cuestiones episódicas, estados anímicos o informaciones muy parcializadas sobre temas trascendentales.
En países donde el arco institucional es más débil y donde la burocracia weberiana no es fuerte, lo que puede suceder es que este tipo de liderazgo fomente los “decisionismos” o su cara inversa, personajes que figuran pero que tienen un margen de decisión limitado[1].
La historia nos ha dejado algunos ejemplos de personajes que lograron un alto grado de notoriedad en otros campos y luego lo trasladaron a la política. En Estados Unidos, Reagan siguió un camino similar al de Schwarzenegger pero con el final que los guionistas de El demoledor habían imaginado para el austríaco: actor, gobernador de California y presidente.
Reagan supo hacer valer su bagaje actoral y, sobre todo, su espectacular manejo de la comunicación. Sabía transmitir de manera concisa y efectiva su visión acerca del rumbo que debía seguir el país, su visión de la economía, se llegó incluso a crear un término para definir la política económica durante su era, la Reaganomics, la política y las relaciones exteriores –Señor Gorbachov, tire ese muro abajo–.
Pero ese personaje que había construido Reagan tenía un establishment por detrás que le acercaba las decisiones ya masticadas y digeridas. Ese grupo tenía entre sus componentes algunos asesores que representaban al conservadurismo estadounidense más ortodoxo y que luego tendría un papel igual de central durante la presidencia de Bush hijo (Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Dick Cheney). En otros lugares, sin una dirigencia sólida, la actuación sin soporte puede resultar más patética.
Sheldon Wolin, en su libro Democracia S. A., plantea que en un sistema como el estadounidense, en el que existe una alianza del Estado con las grandes corporaciones económicas, las cabezas visibles de la política en realidad van a estar impulsadas por poderes abstractos y que, por lo tanto, no existe tal cosa como un poder personal. Así, las instituciones no van a ser moldeadas a la forma y semejanza del líder, sino que lejos de esto, la dirigencia es un producto del sistema y no tanto su arquitecto. Ante tal escenario, ¿qué mejor que un actor, que hace de la transmisión de emociones su profesión, para ser la cara pública de un poder?
Grandes personalidades del mundo del espectáculo y del deporte mudan sus logros y notoriedad de un campo a otro. Tienen en su poder el principal bien en este mundo para ingresar y triunfar en la política: el reconocimiento. Tal vez, para comprender aún mejor el sistema en el que vivimos, debamos mover un poco el foco de análisis, y no centrarnos tanto en los schwarzeneggers y mirar un poco más a los cargills que acercan las carpetas. Hacia allá vamos.



Para seguir leyendo

Heidegger, Martin, Introducción a la Metafísica, Barcelona, Gedisa, 1992.

Matus, Carlos, El líder sin Estado Mayor, Buenos Aires, Universidad de la Matanza, 2009.

Wolin, Sheldon S., Democracia S. A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido, Buenos Aires, Katz Editores, 2008.

Weber, Max, Economía y sociedad, México DF, Fondo de Cultura Económica, 1996.


Para ver o volver a ver

Los Simpson (The Simpsons Movie), Dir. David Silverman, Twentieth Century Fox Film Corporation, 2007.

El demoledor (Demolition Man), Dir. Marco Brambilla, Warner Bros. Pictures y Silver Pictures, 1993.


[1] Después de la muerte de Max Weber, se publicó Economía y sociedad, una de sus obras más influyentes. En dicho escrito, el autor alemán elabora una teoría sobre la burocracia en la que estima que el orden jerárquico, las normas que regulan el funcionamiento de los órganos de Estado, los objetivos, responsabilidades y demás aspectos de la burocracia no solo son elementos claves para el funcionamiento del “orden legítimo”, sino una pieza clave para el desarrollo de toda sociedad civilizada. Sin burocracia no hay avance.

Repercusiones: "Uno Que Habla De Política, Vuela Y No Aburre" en BorderPeriodismo


por María Julia Oliván
A veces la política es algo que los mismos políticos hacen difícil de comprender. Quizás porque no saben, no pueden o no quieren que sea una cuestión que todos entendamos, hablan de categorías de análisis que no tienen traducción para el hombre que anda en bondi.
Por eso, o tal vez contrariamente a eso, se lanzó un libro que “utiliza películas que vimos todos para desde allí retratar algunas definiciones políticas. Se trata de explicar conceptos que tienen que ver con el poder, el estado, la democracia, el autoritarismo y las libertades a través de pedacitos de películas”, dijo su autor, el politólogo y presidente del Banco Provincia, Gustavo Marangoni.

Repercusiones: Nota en Iprofesional

Gustavo Marangoni y un libro para entender la política a través del cine
12-09-2013 El titular del Banco Provincia promociona Política ATP, su primer libro. En lenguaje llano, analiza teorías y sucesos complejos en clave cinéfila     

Nota completa

Maquiavelo, el señor de los anillos. Liberalismo y realpolitik


 
Nicolás maquiavello (1469-1527)

¿El cine solo funciona como la reproducción de una realidad o también se encarga de constituirla?
Visto fríamente, podríamos decir que el séptimo arte no es más que una mera técnica de duplicación y proyección de una imagen en movimiento. Es decir, solo se encarga de reproducir fragmentos y visiones del mundo. Pero al mostrar esa concepción, al editarla, al seleccionar una perspectiva y negar el resto, el cine pasa a ser un actor que está lejos de ser imparcial.
Al fabricar un mundo imaginario ­–toda proyección, más allá de su género, es producto de la imaginación de alguien que a su vez juega con la imaginación del espectador–, el cine permite transformar y moldear los deseos, sueños y mitos del hombre. Una misma película puede tener efectos absolutamente diferentes en públicos similares o bien los mismos resultados en personas totalmente disímiles. La estructura mental de cada uno de nosotros nos lleva a entender de forma muy diferente la muerte de la madre de Bambi, la despedida final del padre de El gran pez (Big Fish) o el puñetazo de Mike Tayson en ¿Qué pasó ayer? (The Hangover).
Así, el cine se transforma en un generador de enseñanzas que nosotros, aun si no nos interesa aprender nada, absorbemos como esponjas; incluso si nuestro único objetivo es ver Transformers para pasar el rato y, de paso cañazo, deleitarnos la vista con Megan Fox.
Esta es la forma en la que Hollywood reproduce constantemente la visión que tiene del mundo, en el que los malos son feos; los buenos, lindos –aunque últimamente, encontramos excepciones a la regla con algún que otro muchacho o señorita de ética dudosa y gran atractivo físico–, en el que un solo individuo puede salvar al mundo y matar ejércitos enteros y en el que el éxito está garantizado para todo aquel que luche por él, aunque el mundo se empecine en pisotearte Solo será cuestión de mantener una conducta de fidelidad hacia tus principios para ser, al menos, un ganador moral.
El poder también es un tema recurrente en este tipo de cine y, en general, la visión que se imprime sobre dicho principio tiende a constituirse desde una perspectiva algo negativa: aquellos que lo buscan y ambicionan son villanos; los buenos luchan contra él, no lo anhelan.
Vayamos con un ejemplo. La trilogía de El señor de los anillos (The Lord of the RIngs) gira en torno a un grupo heterogéneo de personajes cuyo objetivo último es deshacerse de un artefacto que otorga un poder desmesurado: el Anillo. ¿Y qué inscripción posee en su interior? “Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para encontrarlos, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”. Una alegoría superficial sobre el poder como sinónimo de tinieblas y el gobierno como sumisión.
La responsabilidad de la misión recae sobre el miembro que se muestra, en principio, más inocente, puro y débil: Frodo Bolsón (Elijah Wood), un minúsculo hobbit incapaz de lastimar a una hormiga. Este tipo de héroe es todo un arquetipo de protagonista en la novelística y la filmografía anglosajona, donde el principal responsable de salvar al mundo es un ser menospreciado, con dificultades para asumir su importancia, con baja autoestima, inicialmente miedoso y tímido, pero con una fortaleza moral que le permite asumir las desventuras como circunstancias para refundar su personalidad.
El viaje, representado en el conjunto de las tres películas que suman más de 9 horas de duración, implica un sacrificio enorme para el pobre muchacho. La responsabilidad de cargar con el poder y luego destruirlo lo deja herido de por vida, física y mentalmente. Nunca volverá a ser el mismo. Ha perdido la inocencia y la pureza, así que lo ponen en un barco para desaparecer de aquel mundo corrupto y pasar el resto de sus días en la tierra mágica de los elfos. De verdad, la saga termina así.
¿De dónde viene esta concepción de poder? El liberalismo es una corriente de pensamiento que abarca una multiplicidad de campos que van desde la economía hasta la política. Su concepción del mundo parte de pensar al hombre como  poseedor de derechos desde el nacimiento, incluyendo su libertad (iusnaturalismo). El hombre nace libre y solo cederá esa propiedad de forma voluntaria.
Un gobierno, siguiendo esta línea, se justifica como el resultado de un acuerdo entre individuos libres que convienen en establecer los vínculos estrictamente necesarios para una convivencia duradera y pacífica. Esos vínculos darán como resultado un Estado pequeño con poderes y funciones limitadas. Esta idea nace en contraposición a una concepción de gobierno absolutista propia de los reyes europeos que terminaron cayendo al ritmo de las revoluciones durante el siglo xviii y que hasta el siglo xx siguieron dando vueltas por ahí, pero ya con una importancia prácticamente nula.
La libertad individual va a estar garantizada por esta limitación de poder, y al Estado solo le corresponderá la tarea de mantener el orden público interno y el establecimiento y cuidado de las relaciones con otros Estados. Desde este punto de vista, el gobierno es concebido como un mal, pero un mal necesario.
Thomas Paine fue uno de los padres fundadores de los Estados Unidos y un ferviente liberal. En 1776, el mismo año de la revolución estadounidense, publica un panfleto titulado Common Sense (Sentido común). Allí escribe:

La sociedad es producto de nuestras necesidades y el gobierno, de nuestra maldad; la primera promueve nuestra felicidad positivamente, uniendo al mismo tiempo nuestros afectos; el segundo, negativamente, teniendo a raya nuestros vicios. Una alienta las relaciones, el otro crea las distinciones. La primera protege, el segundo castiga. La sociedad es, bajo cualquier condición, una bendición; el gobierno, aún bajo su mejor forma, no es más que un mal necesario, en la peor, es insoportable.


La concepción del poder made in Hollywood sigue esta línea: es estrictamente liberal. El poder no es algo deseable porque corrompe el alma de los individuos. Solo la cesión voluntaria de las libertades para construir un gobierno puede ejercer algo de fuerza propia, pero al mismo tiempo, debe ser limitada y controlada.
En El señor de los anillos, la lucha no es solo contra la concentración de poder en una única mano, sino contra el poder como principio, contra el poder en sí mismo. El anillo debe ser destruido, la idea de que pueda ser utilizado para el bien solo propicia traición y locura. El poder obnubila, enceguece, y vuelve irracional y desenfrenado a quien aspira a poseerlo.
Otra saga que muestra un paradigma de poder similar es Matrix, cuando Neo (Keanu Reeves) le pregunta a la Pitonisa: “¿Qué busca un hombre que tiene poder?”. Y la respuesta es: “Más poder…”. Nada de cambiar el mundo ni nada parecido, el que tiene poder quiere más poder para coleccionarlo como si fueran estampillas.
Mejor retomemos. Boromir (Sean Bean) es parte de la comunidad del anillo, esta especie de conciliábulo ad hoc que se reúne para decidir qué hacer con el objeto deseado. El muchacho es el representante de los humanos, que son introducidos en la historia como los más corruptos de los pueblos de la Tierra Media. Boromir tiene una personalidad amoral, de principios más bien realistas, y reflejados en la trama con un halo de duda. Sabemos que es el eslabón débil. Vendría a ser algo así como la caracterización de un personaje surgido de la imaginación de Maquiavelo, quien planteaba en El Príncipe que “los hombres siempre serán malos si la necesidad no los obliga a ser buenos”.

¿Qué argumentos tan terribles esgrime para que lo veamos de reojo y con sospecha? El enemigo los supera en número y, encima, los territorios de su pueblo lidian con los dominios de los malos, ergo, serán los primeros en sentir el acero de las espadas del enemigo. Sus necesidades y urgencias son mayores que las de cualquiera de los allí representados. Por lo tanto, propone usar el poder del anillo para destruir al invasor.
No sé ustedes, pero a mí me suena lógico este argumento, yo le hubiera dado el anillo. Pero J. R. R. Tolkien (el autor de la saga) tenía otros planes.
Boromir terminará por robarle el objeto preciado a Frodo solo para darse cuenta, rápidamente, de que estaba cometiendo un error. Lo enmienda sacrificándose al salvarle la vida al hobbit, perseguido por los espantosos orcos. Moraleja: si querés el poder, te corrompés y te morís.
Indiana Jones sigue un mismo parámetro. Tanto en En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark), El templo de la perdición (The Temple of Doom), La última cruzada (The Last Crusade), como en la inefable El reino de la calavera de cristal (The Kingdom of the Chrystal Skull), hay un artilugio mágico que otorga poderes sobrenaturales a nazis, morochitos explotadores de niños, nuevamente nazis y rusos.
El final de En busca del arca perdida es maravilloso. Resulta que Jones (Harrison Ford) anda en busca del Arca de la Alianza donde, según la Biblia, descansan los diez mandamientos, porque, supuestamente, quien la posea será muy poderoso. Ah, pero entonces Indiana sí anda detrás de un egoísta deseo de hacerse con el poder del dios judeocristiano. Bueno, no exactamente.
El arqueólogo más famoso de la ficción recién arranca viaje cuando los servicios de inteligencia le informan que los nazis están buscando el Arca. Cierto, los buenos nunca harían una cosa semejante.
La cuestión es que, siguiendo la lógica de este tipo de películas, Jones logra hacerse del Arca y se la entrega a las autoridades. Un detalle no menor es que cuando los nazis intentan utilizarla, Dios se los despacha a todos de un sacudón, haciéndolos explotar, derritiéndoles la cara y atravesándoles el pecho con un rayo lumínico.
¿Qué hace el gobierno de Estados Unidos con el arca? ¿La utiliza para detener el régimen de terror de Hitler? ¿La muestra al mundo como factor disuasorio para traer una paz eterna? ¿Conquista todo el continente amenazando a los latinoamericanos con que si no siguen sus órdenes hará caer la furia de Dios en todos nosotros? Si creyeron que alguna de las opciones anteriores era correcta, es que no me estuve expresando del todo bien. No, jamás podrían hacer nada de eso. En el mundo ficcional que construyen alrededor suyo, los norteamericanos no abusan del poder, no lo desean y, cuando lo obtienen, se encargan de separarlo, hacerlo a un lado y custodiar que nadie lo profane. El Arca termina su recorrido en un enorme depósito lleno de otros elementos de dudoso origen y se quedará allí, acumulando polvo, por el resto de los días.
Ahora bien, en el mundo real, la búsqueda de poder es una ambición lógica que llevan adelante Estados, líderes, políticos y todo aquel que desee hacer un cambio en la sociedad que lo rodea.
Sin poder, no hay construcción política posible, y sin construcción política, no hay sociedades ni progreso. Si la facción de Saavedra, Moreno y compañía no se hubiera hecho con el poder del Cabildo el 25 de mayo de 1810, ¿hubiera existido esta Revolución? Si los trabajadores no hubieran tomado el espacio público al marchar sobre la Plaza de Mayo para pedir la liberación del Coronel Perón, ¿hubiera existido el peronismo y las conquistas sociales que este llevó adelante durante sus primeras dos presidencias? Si Frondizi se hubiera impuesto sobre los militares, imponiendo su autoridad, ¿el desarrollismo que impulsaba su gobierno hubiera llegado más lejos?
La conquista de poder no es pecaminosa sino deseable para una comunidad que tenga reglas claras que regulen esa búsqueda y conquista. ¿La realidad con la que convivís no es de tu agrado? ¿No soportás la desigualdad, la pobreza ni la corrupción? ¿Querés cambiar tu barrio, tu ciudad, tu país? ¿Y cómo lo pensás hacer sin poder?
Es fácil la crítica contra el poder desde una posición ética –sobre todo si se tienen los recursos financieros, diplomáticos y bélicos con los que cuenta Estados Unidos–. Es como un rico que pregona el comunismo pero que no hace demasiado para implantarlo más que contar lindas historias donde se condena moralmente a la burguesía. Estimados, el poder puede; solo con poder se podrá modificar la realidad. Siempre y cuando lo quieras hacer, obviamente.




Para seguir leyendo

Bobbio, Norberto, Liberalismo y democracia, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1996.

Paine, Thomas, El sentido común y otros escritos, Madrid, Tecnos, 1990.

Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, ediciones varias.


Para ver o volver a ver

El señor de los anillos. La comunidad del Anillo (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring), Dir. Peter Jackson, New Line Cinema, 2001.

El señor de los anillos. El retorno del rey (The Lord of the Rings: The Return of the King), Dir. Peter Jackson, New Line Cinema, 2003.

El señor de los anillos. Las dos torres (The Lord of the Rings: The Two Towers), Dir. Peter Jackson, New Line Cinema, 2002.

Indiana Jones. En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark), Dir. Steven Spielberg, Paramount Pictures y Lucasfilm, 1981.

Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade), Dir. Steven Spielberg, Paramount Pictures y Lucasfilm, 1989.

Indiana Jones y el templo de la perdición (Indiana Jones and the Temple of Doom), Dir. Steven Spielberg, Paramount Pictures y Lucasfilm, 1984.

Indiana Jones y El reino de la calavera de cristal (Indiana Jones and the Kingdom of the Chrystal Skull), Dir. Steven Spielberg, Paramount Pictures y Lucasfilm, 2008.

Diálogos con la Historia: Política ATP

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Aquí el estracto del programa del domingo 28/7


Audio original

Pacho O´Donnell: ¿Cómo les va? Aquí estamos otra vez, con Gustavo Marangoni, Pacho O´Donnell en debate con la historia. Tenemos una novedad…
Gustavo Marangoni: Sí. Tienes un e-mail como la película, ya que vamos hablar de eso, tienes un e-mail,debateconlahistoria@gmail.com
PO: Escríbannos críticas, elogios, propuestas, dígannos cuáles son los temas que quieren escuchar, sugiérannos algunos elementos que desconocimos, lo que se hace siempre con un e-mail. Vamos a empezar…hoy vamos hablar sobre vos, sobre Gustavo Marangoni. A mí siempre me dicen que soy un renacentista, que toco varios instrumentos, algunos lo dicen de buena forma, otros lo dicen con menos simpatía. Pero vos también sos de los míos. 
GM: Y qué se yo, uno tiene gustos variados.
PO: Claro, yo siempre soy de la teoría que uno no tiene que mutilar vocaciones.
GM: Tal cual.
PO: Tiene que hacerlas…buscar la forma de poder cumplir.
GM: Primero por aquello que se decía en los barrios, el gusto está en la variedad. Pero, además, me parece que en la medida que uno lo haga con honestidad intelectual y asumiendo que lo hace por gusto y no pretende tampoco dictar ninguna cátedra, sino poner los temas ahí arriba de la mesa para charlarlos, debatirlos.
PO: No es fácil, porque en esta sociedad que tiende a la especialización y a la súper especialización,  tener que saber hacer algo para tener un lugar… A mí por lo menos me pasa que me echan de todos los corrales. Claro, los historiadores dicen que yo soy un político, los políticos dicen que yo soy un dramaturgo, los dramaturgos que no, que en realidad yo soy un tipo que escribe ficción, o sea, que me andan ahí echando…
GM: Podrías decir como Unamuno que contenés multitudes. Pero, está bien, porque yo creo que uno es muchas cosas a la vez. Y además, me parece que entre las tantas cosas que han quedado atrás esto que vos mencionabas, lo de la especialización o lo de la híper especialización, es decir el matemático que solo hablaba de matemáticas y se circunscribía a sus problemas, el economista o el politólogo o el historiador… Quizás a veces se puede recaer en el otro extremo, alguna gente que sepa nada de todo. Pero, me parece que el mundo tiende hacia tener una suerte de conocimientos generales y saber que hay una suerte de transversalidad del conocimiento que es algo mucho más complejo que lo multidisciplinario, que es transdisciplinario. Porque, a lo mejor un concepto de la matemática te sirve para entender la política, un concepto de la política te sirve para entender la música, o a la inversa.
PO: Ahí vamos ya derecho a tu libro. Primero, digamos que vos sos un economista de tal nivel que sos presidente del Banco Provincia actualmente, del muy importante Banco de la Provincia de Buenos Aires. Además, sos politólogo graduado, tenés el título de doctor en Ciencias Políticas. Y al mismo tiempo te interesa tanto de historia que estamos acá conversando sobre eso. Y además, sos un cinéfilo, un apasionado del cine.
GM: Me gusta mucho.
PO: Por eso, el libro, se llama Política…
GM: ATP.
PO: "ATP, Apto a todo público”
GM: Así es.
PO: Libro que salió recientemente que ha tenido excelentes comentarios de crítica donde vos tratás y lo lográs de explicar la política, también la economía y todo lo relacionado a través de las películas de cine. En tu libro vos decís por ejemplo, es posible introducir la complejidad de la política citando al diálogo final entre Batman y el Guasón en El Caballero de la Noche Asciende, o explicar la lucha de clases de Marx, a partir del vertiginoso censo de Tony Montana en Scarface, de qué manera Indiana Jones podrá ayudarnos a distinguir la concepción del poder liderar de la real política. Podemos tomar esas preguntas.
GM: Sí, claro.
PO: ¿Cómo se puede introducir la complejidad de la política citando en el diálogo final entre Batman y el Guasón en el Caballero de la Noche?
GM: Es interesante primero aclarar, o a mí me resulta interesante por lo menos, que el cine de Hollywood está impregnado de miradas, de ideas, de ideologías, hay concepciones del poder, del Estado, de la sociedad, del individuo detrás de quienes guionan las películas de Hollywood. Y quiero ser claro…
PO: ¿Y los 60 y los 70, te acordás que Ariel Dorfman escribieron un estudio sobre el Pato Donald, develando todas las connotaciones políticas e ideológicas que tenía el Pato Donald?
GM: Recuerdo ese libro. Una aclaración, esto no supone ni una teoría conspirativa ni suponer que necesariamente hay una intencionalidad aunque a veces creo que sí las hay. Y también, muchas veces quien guiona la película, quien la produce, a lo mejor no necesariamente está pensando en las interpretaciones o no es consciente de su interpretación ideológica del mundo. Cuando en todas las películas de superhéroes producidas por Hollywood, el superhéroe es como un personaje de la mitología norteamericana, puede ser Batman, Superman, el Hombre Araña, puede ser cualquiera, hay como una presencia de que las masas requieren de estos liderazgos extraordinarios y a veces hay como una suerte de tendencia a señalar a las masas como zonzas. Vamos a ponerlo de esta manera. Pensar en el antiguo arquetipo de Superman, todos recordaremos a Christopher Reeve, ese hombre que tuvo el accidente trágico con su caballo que lo dejó parapléjico para el resto de sus días…pero ese Christopher Reeve que, cuando era el periodista Clark Kent tenía anteojos, se peinaba para el costado y cuando era Superman se sacaba los anteojos  y se peinaba para atrás. Vos mirás y decís che, hay que ser medio nabo para no darse cuenta que es la misma persona, es como que vos te saques los anteojos que tenés puestos ahora, Pacho, y yo no te reconozca, y vos me digas soy Super Pacho.
PO: Además Clark Kent era súper tímido.
GM: Claro, era tímido.
PO: Súper inhibido, no se animaba a declararle el amor a Lois Lane.
GM: Exacto. Entonces… el Zorro, que ahora la repiten ahí en algún canal al mediodía con un rating bárbaro, la vieja serie del Zorro, que yo veía de pibe que seguramente todos vimos.
PO: Ese actor murió en la Argentina.
GM: Guy Williams, tal cual, murió en la Argentina. El Zorro, el Sargento García, el Capitán…El Zorro, lo mismo, no me digas en un pueblito chiquito, eran 50 que vivían en ese pueblo y el único tipo alto, flaquito, con bigotito como usaba él se ponía una máscara, hablaba igual. Imaginate que yo te esté hablando igual que ahora, con una máscara y nadie me reconozca.
PO: Ahí podemos entrar en la psicología.
GM: Indudablemente.
PO: La fantasía de los hombres comunes de pensar que pueden transformarse en grandes héroes.
GM: En grandes héroes. Y a la vez también, eso coexiste con un pueblo, vamos a decirlo así, inocente y con instituciones débiles, porque el pobre Sargento García era el gordito gilún de la historia, era el Estado, pero era el Estado que no podía con los malos, y los malos estaban organizados y El Zorro era una suerte de parapolicial eficaz. Y detrás de todo eso, yo no sé si el tipo que escribió El Zorro a lo mejor, que ya debe estar bien muerto, pero si me está escuchando diría pero este tipo mirá todas las conclusiones que saca que a mí ni se me ocurrieron, de eso yo quise hacer algo divertido, de un héroe que se ponía una capa negra y peleaba…
PO: En esas películas de superhéroes, siempre es la apoteosis del individualismo.
GM: Por supuesto.
PO: Porque es una persona la que salva al mundo.
GM: Por supuesto. Hay en alguna película donde los propios norteamericanos ironizan así, le preguntan al héroe ¿qué va hacer? Lo de siempre dice, rescatar a la chica, salvar al mundo, matar al villano y salvar al mundo.
PO: Y además norteamericano.
GM: Por supuesto. Entonces, detrás de todas estas cosas, por supuesto que hay en muchos lugares estereotipos, pero que hay que reconocer que se han ido complejizando, entre el Superman antiguo y la última versión de Superman, esta que está en los cines, El Hombre de Acero han pasado muchas cosas. Y de hecho también han cambiado, es decir, o tratan…tienen más relieve filosófico, inclusive. Hacen referencias a cuestiones tan complejas…Por ejemplo en el último Superman, se habla del libre albedrío, se habla de justamente el riesgo de que la técnica domine mediante todo lo que tiene que ver con la clonación y con todo lo que tiene que ser, con todo lo que tiene que ver con la inducción genética que termine desnaturalizando la naturaleza del ser humano. Es decir, hay una serie de cuestiones que antes no estaban abordadas, antes era una cuestión de bueno, de malo, porque también respondían en alguna medida al estereotipo de la guerra fría, bueno, malo, superhéroe a favor de los buenos, chau los malos. Ahora, que los buenos y los malos se están bastante diluidos y que de hecho nosotros ya no hablamos en categorías  de bondad y de maldad.
PO: Claro. Eso es interesante también como va cambiando el enemigo.
GM: Por supuesto.
PO: Tres películas norteamericanas, en su momento fueron los alemanes, los rusos, los chinos, los japoneses…
GM: El cine es extraordinario para eso.
PO: Cuando hace tiempo vi Argo, una película tan injustamente premiada por todo, salí de ver a Argo y le dije a mi señora, Estados Unidos va a invadir Irán en cualquier momento, porque verdaderamente era una película que te mostraba lo canallas que son los iraníes, que son los iraníes, lo perverso, lo maldito, lo malo, ahí estaban los iraníes. Pero, de una forma tal que te da toda la intención que ahí hay algo no involuntario, sino voluntario…
GM: No, no, hay muchos casos…Por ejemplo, yo allí hablo en el libro también, por ejemplo la película, Rambo, en Rambo III, Rambo está al lado de los resistentes afaganos, talibanes que luchan contra los ocupadores soviéticos, los talibanes, son buenos, los soviéticos son malos, y si uno ve el final de esa película del 80 y tantos está dedicada al heroico pueblo de Afganistán, heroico pueblo de Afganistán que unos años después se convirtieron en los malos porque ya habían echado a los rusos que eran…
PO: Pero además con ninguna razón, porque suponían que los escondían a Bin Laden, cosa que nunca fue probado.
GM: Por los motivos que fuere.
PO: Pero, destruyeron Afganistán. 
GM: Yo tengo un capítulo del libro que se llama Tom y el Tío Sam, refiriendo a Tom Cruise, a las películas de Tom Cruise, y vos ves en la década del 80 todavía el enemigo eran los rusos, la guerra fría, lo que cuentan en la película Top Gun. Después va haber una visión más introspectiva como película, Cuestión de Honor, con Jack Nicholson, el tema una mirada más interna que coincidía con el mandato de Clinton. Y después viene la serie de películas que están vinculadas a la amenaza desde adentro, La Guerra de los Mundos, la remake de la película de Orson Welles, donde el monstruo estaba anidando dentro de la propia Tierra, una suerte de toda este tema de las células dormidas o del terrorismo, toda la dinámica del terrorismo…
PO: El nazismo, El trapo rojo, acá vivimos, lo del trapo rojo.
GM: Era como una suerte de…
PO: Y que justificó la represión.
GM: …renovación de todo eso.
PO: Y justificó entre comillas…
GM: Nos están pidiendo que vayamos, ya que estamos así como hablando de cine, tenemos que ir a una suerte de corte sin antes dejar de recordar…
PO: Antes yo iba al cine cuando había un intervalo.
GM: Cuando había un intervalo que pasaba el tipo que vendía…
PO: Y ahí uno compraba el maní con chocolate.
GM: Maní con chocolate, chuenga.
PO: La cajita amarilla…No, chuenga…
GM: Sé que no me la ibas a dejar pasar. Bueno, debateconlahistoria@gmail.comEscriban.
PO: Soy Pacho O´ Donnell, estoy hablando con mi amigo Gustavo Marangoni y sobre su libro "Política ATP". Que sea él mismo el que nos dé algún ejemplo de cómo se relaciona la política con el cine. 

GM: Mirá, evidentemente...

PO: Además de lo que ya hemos hablado, pero casos puntuales. 

GM: Es una forma de contar la realidad. Vos me preguntabas...

PO: Vos decís acá de que manera Indiana Jones puede ayudarnos a distinguir la concepción del poder liberal de la real política. 

GM: Eso me parecía muy interesante, ¿Por qué? Porque Indiana Jones es un protagonista del cine de aventura americano, que empieza en la década del 30 luchando contra... en realidad en la segunda lucha contra los nazis, en la primera... Siempre hay un objeto sagrado, él es un profesor, un investigador, un antropólogo, que busca objetos sagrados, el arca perdida, el cáliz de Jesús o la calavera de cristal en el Imperio Inca, lo que sea. Y en la perspectiva de él, el antropólogo norteamericano, busca ese objeto que tiene mucho poder y disputa en esa búsqueda contra los malos. Los malos pueden ser nazis, comunistas o una tribu malvada de la India, que quiere usar ese poder para el mal y en la visión de Indiana Jones él lo quiere rescatar para no usarlo. Es interesante, porque la idea es en la última cruzada, cuando descubren el cáliz de Jesús, lo dejan guardado en ese lugar, ese lugar quedaba la vida eterna no lo usan. Cuando descubre la película anterior el arca en la cual estaban las tablas sagradas de la ley y todo eso, que también daba un poder enorme, la guardan en un cajón y la meten en un archivo. Como la idea de que los norteamericanos no usan el poder y uno más o menos tiene una concepción distinta de eso, parece que los muchachos lo ejercitan el poder, porque si no, no estaríamos hablando de la república imperial...

PO: También se podría interpretar como que no dejan que otro tenga poder también.  

GM: Eso está, esa parte está segura, pero la de ellos no, ejercitan el poder, pero detrás hay una idea del poder como algo pecaminoso. Hay una concepción, una por lo menos de las vertientes del liberalismo en la cual el poder siempre es una amenaza de la cual hay que cuidarse y preservarse. Y ojo, para ser justos...