Política ATP (Apta para Todo Público) es un libro que nació en una fecha muy precisa: 29 de julio de 2012. Ese día cumplía 30 años Mauro Amorosino, colaborador, adjunto de cátedra y amigo desde hace mucho tiempo. En un almuerzo compartido con Damián Polese (otro integrante del equipo de trabajo), surgió la idea de volcar en papel el resultado de décadas de clases de ciencia política y de pasión por el cine.
Gustavo Marangoni y un libro para entender la política a través del cine
12-09-2013 El titular del Banco Provincia promociona Política ATP, su primer libro. En lenguaje llano, analiza teorías y sucesos complejos en clave cinéfila
¿El cine solo funciona como la reproducción de una
realidad o también se encarga de constituirla?
Visto fríamente, podríamos decir
que el séptimo arte no es más que una mera técnica de duplicación y proyección
de una imagen en movimiento. Es decir, solo se encarga de reproducir fragmentos
y visiones del mundo. Pero al mostrar esa concepción, al editarla, al
seleccionar una perspectiva y negar el resto, el cine pasa a ser un actor que
está lejos de ser imparcial.
Al fabricar un mundo imaginario –toda
proyección, más allá de su género, es producto de la imaginación de alguien que
a su vez juega con la imaginación del espectador–, el cine permite transformar
y moldear los deseos, sueños y mitos del hombre. Una misma película puede tener
efectos absolutamente diferentes en públicos similares o bien los mismos resultados
en personas totalmente disímiles. La estructura mental de cada uno de nosotros
nos lleva a entender de forma muy diferente la muerte de la madre de Bambi, la despedida final del padre de El gran pez (Big Fish) o el puñetazo de Mike Tayson en ¿Qué pasó ayer? (The Hangover).
Así, el cine se transforma en un
generador de enseñanzas que nosotros, aun si no nos interesa aprender nada,
absorbemos como esponjas; incluso si nuestro único objetivo es ver Transformers para pasar el rato y, de
paso cañazo, deleitarnos la vista con Megan Fox.
Esta es la forma en la que
Hollywood reproduce constantemente la visión que tiene del mundo, en el que los
malos son feos; los buenos, lindos –aunque últimamente, encontramos excepciones
a la regla con algún que otro muchacho o señorita de ética dudosa y gran atractivo
físico–, en el que un solo individuo puede salvar al mundo y matar ejércitos
enteros y en el que el éxito está garantizado para todo aquel que luche por él,
aunque el mundo se empecine en pisotearte Solo será cuestión de mantener una
conducta de fidelidad hacia tus principios para ser, al menos, un ganador
moral.
El poder también es un tema
recurrente en este tipo de cine y, en general, la visión que se imprime sobre
dicho principio tiende a constituirse desde una perspectiva algo negativa:
aquellos que lo buscan y ambicionan son villanos; los buenos luchan contra él,
no lo anhelan.
Vayamos con un ejemplo. La
trilogía de El señor de los anillos (The Lord of the RIngs) gira en torno a
un grupo heterogéneo de personajes cuyo objetivo último es deshacerse de un
artefacto que otorga un poder desmesurado: el Anillo. ¿Y qué inscripción posee
en su interior? “Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para
encontrarlos, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”. Una
alegoría superficial sobre el poder como sinónimo de tinieblas y el gobierno
como sumisión.
La responsabilidad de la misión
recae sobre el miembro que se muestra, en principio, más inocente, puro y
débil: Frodo Bolsón (Elijah Wood), un minúsculo hobbit incapaz de lastimar a una hormiga. Este tipo de héroe es
todo un arquetipo de protagonista en la novelística y la filmografía
anglosajona, donde el principal responsable de salvar al mundo es un ser
menospreciado, con dificultades para asumir su importancia, con baja
autoestima, inicialmente miedoso y tímido, pero con una fortaleza moral que le
permite asumir las desventuras como circunstancias para refundar su
personalidad.
El viaje, representado en el
conjunto de las tres películas que suman más de 9 horas de duración, implica un
sacrificio enorme para el pobre muchacho. La responsabilidad de cargar con el
poder y luego destruirlo lo deja herido de por vida, física y mentalmente.
Nunca volverá a ser el mismo. Ha perdido la inocencia y la pureza, así que lo
ponen en un barco para desaparecer de aquel mundo corrupto y pasar el resto de
sus días en la tierra mágica de los elfos.
De verdad, la saga termina así.
¿De dónde viene esta concepción
de poder? El liberalismo es una corriente de pensamiento que abarca una
multiplicidad de campos que van desde la economía hasta la política. Su
concepción del mundo parte de pensar al hombre comoposeedor de derechos desde el nacimiento,
incluyendo su libertad (iusnaturalismo). El hombre nace libre y solo cederá esa
propiedad de forma voluntaria.
Un gobierno, siguiendo esta
línea, se justifica como el resultado de un acuerdo entre individuos libres que
convienen en establecer los vínculos estrictamente necesarios para una
convivencia duradera y pacífica. Esos vínculos darán como resultado un Estado
pequeño con poderes y funciones limitadas. Esta idea nace en contraposición a
una concepción de gobierno absolutista propia de los reyes europeos que
terminaron cayendo al ritmo de las revoluciones durante el siglo xviii y que hasta el siglo xx siguieron dando vueltas por ahí, pero
ya con una importancia prácticamente nula.
La libertad individual va a estar
garantizada por esta limitación de poder, y al Estado solo le corresponderá la
tarea de mantener el orden público interno y el establecimiento y cuidado de
las relaciones con otros Estados. Desde este punto de vista, el gobierno es
concebido como un mal, pero un mal necesario.
Thomas Paine fue uno de los
padres fundadores de los Estados Unidos y un ferviente liberal. En 1776, el
mismo año de la revolución estadounidense, publica un panfleto titulado Common Sense (Sentido común). Allí escribe:
La sociedad es
producto de nuestras necesidades y el gobierno, de nuestra maldad; la primera
promueve nuestra felicidad positivamente, uniendo al mismo tiempo nuestros
afectos; el segundo, negativamente, teniendo a raya nuestros vicios. Una
alienta las relaciones, el otro crea las distinciones. La primera protege, el
segundo castiga. La sociedad es, bajo cualquier condición, una bendición; el
gobierno, aún bajo su mejor forma, no es más que un mal necesario, en la peor,
es insoportable.
La concepción del poder made in Hollywood sigue esta línea: es estrictamente liberal. El
poder no es algo deseable porque corrompe el alma de los individuos. Solo la
cesión voluntaria de las libertades para construir un gobierno puede ejercer
algo de fuerza propia, pero al mismo tiempo, debe ser limitada y controlada.
En El señor de los anillos, la lucha no es solo contra la
concentración de poder en una única
mano, sino contra el poder como principio, contra el poder en sí mismo. El
anillo debe ser destruido, la idea de que pueda ser utilizado para el bien solo
propicia traición y locura. El poder obnubila, enceguece, y vuelve irracional y
desenfrenado a quien aspira a poseerlo.
Otra saga que muestra un
paradigma de poder similar es Matrix,
cuando Neo (Keanu Reeves) le pregunta a la Pitonisa: “¿Qué busca un hombre que
tiene poder?”. Y la respuesta es: “Más poder…”. Nada de cambiar el mundo ni nada
parecido, el que tiene poder quiere más poder para coleccionarlo como si fueran
estampillas.
Mejor retomemos. Boromir (Sean
Bean) es parte de la comunidad del anillo, esta especie de conciliábulo ad hoc
que se reúne para decidir qué hacer con el objeto deseado. El muchacho es el
representante de los humanos, que son introducidos en la historia como los más
corruptos de los pueblos de la Tierra Media. Boromir tiene una personalidad
amoral, de principios más bien realistas, y reflejados en la trama con un halo
de duda. Sabemos que es el eslabón débil. Vendría a ser algo así como la
caracterización de un personaje surgido de la imaginación de Maquiavelo, quien
planteaba en El Príncipe que “los
hombres siempre serán malos si la necesidad no los obliga a ser buenos”.
¿Qué argumentos tan terribles
esgrime para que lo veamos de reojo y con sospecha? El enemigo los supera en
número y, encima, los territorios de su pueblo lidian con los dominios de los
malos, ergo, serán los primeros en sentir el acero de las espadas del enemigo.
Sus necesidades y urgencias son mayores que las de cualquiera de los allí
representados. Por lo tanto, propone usar el poder del anillo para destruir al
invasor.
No sé ustedes, pero a mí me suena
lógico este argumento, yo le hubiera dado el anillo. Pero J. R. R. Tolkien (el
autor de la saga) tenía otros planes.
Boromir terminará por robarle el
objeto preciado a Frodo solo para darse cuenta, rápidamente, de que estaba
cometiendo un error. Lo enmienda sacrificándose al salvarle la vida al hobbit, perseguido por los espantosos orcos. Moraleja: si querés el poder, te
corrompés y te morís.
Indiana Jones sigue un mismo parámetro. Tanto en En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark), El templo de la perdición (The Temple of Doom), La última cruzada (The Last Crusade), como en la inefable El reino de la calavera de cristal (The Kingdom of the Chrystal Skull), hay un artilugio mágico que
otorga poderes sobrenaturales a nazis, morochitos explotadores de niños,
nuevamente nazis y rusos.
El final de En busca del arca perdida es maravilloso. Resulta que Jones
(Harrison Ford) anda en busca del Arca de la Alianza donde, según la Biblia,
descansan los diez mandamientos, porque, supuestamente, quien la posea será muy
poderoso. Ah, pero entonces Indiana sí anda detrás de un egoísta deseo de
hacerse con el poder del dios judeocristiano. Bueno, no exactamente.
El arqueólogo más famoso de la
ficción recién arranca viaje cuando los servicios de inteligencia le informan
que los nazis están buscando el Arca. Cierto, los buenos nunca harían una cosa
semejante.
La cuestión es que, siguiendo la
lógica de este tipo de películas, Jones logra hacerse del Arca y se la entrega
a las autoridades. Un detalle no menor es que cuando los nazis intentan
utilizarla, Dios se los despacha a todos de un sacudón, haciéndolos explotar,
derritiéndoles la cara y atravesándoles el pecho con un rayo lumínico.
¿Qué hace el gobierno de Estados
Unidos con el arca? ¿La utiliza para detener el régimen de terror de Hitler?
¿La muestra al mundo como factor disuasorio para traer una paz eterna?
¿Conquista todo el continente amenazando a los latinoamericanos con que si no
siguen sus órdenes hará caer la furia de Dios en todos nosotros? Si creyeron
que alguna de las opciones anteriores era correcta, es que no me estuve
expresando del todo bien. No, jamás podrían hacer nada de eso. En el mundo
ficcional que construyen alrededor suyo, los norteamericanos no abusan del
poder, no lo desean y, cuando lo obtienen, se encargan de separarlo, hacerlo a un
lado y custodiar que nadie lo profane. El Arca termina su recorrido en un
enorme depósito lleno de otros elementos de dudoso origen y se quedará allí,
acumulando polvo, por el resto de los días.
Ahora bien, en el mundo real, la
búsqueda de poder es una ambición lógica que llevan adelante Estados, líderes,
políticos y todo aquel que desee hacer un cambio en la sociedad que lo rodea.
Sin poder, no hay construcción
política posible, y sin construcción política, no hay sociedades ni progreso.
Si la facción de Saavedra, Moreno y compañía no se hubiera hecho con el poder
del Cabildo el 25 de mayo de 1810, ¿hubiera existido esta Revolución? Si los
trabajadores no hubieran tomado el espacio público al marchar sobre la Plaza de
Mayo para pedir la liberación del Coronel Perón, ¿hubiera existido el peronismo
y las conquistas sociales que este llevó adelante durante sus primeras dos
presidencias? Si Frondizi se hubiera impuesto sobre los militares, imponiendo
su autoridad, ¿el desarrollismo que impulsaba su gobierno hubiera llegado más
lejos?
La conquista de poder no es
pecaminosa sino deseable para una comunidad que tenga reglas claras que regulen
esa búsqueda y conquista. ¿La realidad con la que convivís no es de tu agrado?
¿No soportás la desigualdad, la pobreza ni la corrupción? ¿Querés cambiar tu
barrio, tu ciudad, tu país? ¿Y cómo lo pensás hacer sin poder?
Es fácil la crítica contra el
poder desde una posición ética –sobre todo si se tienen los recursos
financieros, diplomáticos y bélicos con los que cuenta Estados Unidos–. Es como
un rico que pregona el comunismo pero que no hace demasiado para implantarlo
más que contar lindas historias donde se condena moralmente a la burguesía. Estimados,
el poder puede; solo con poder se podrá modificar la realidad. Siempre y cuando
lo quieras hacer, obviamente.
Para seguir
leyendo
Bobbio, Norberto, Liberalismo y democracia, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,
1996.
Paine, Thomas, El
sentido común y otros escritos, Madrid, Tecnos, 1990.
Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, ediciones varias.
Para ver o
volver a ver
El señor de los
anillos. La comunidad
del Anillo (The Lord
of the Rings: The Fellowship of the Ring), Dir. Peter Jackson, New Line
Cinema, 2001.
El señor de los
anillos. El retorno del rey (The Lord of the Rings: The Return of the
King), Dir. Peter Jackson, New Line Cinema, 2003.
El señor de los
anillos. Las dos
torres (The Lord of the Rings: The Two
Towers), Dir. Peter Jackson, New Line Cinema, 2002.
Indiana Jones. En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark), Dir. Steven
Spielberg, Paramount Pictures y Lucasfilm, 1981.
Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade),
Dir. Steven Spielberg, Paramount Pictures y Lucasfilm, 1989.
Indiana Jones y el templo de la
perdición (Indiana Jones and the Temple of Doom),
Dir. Steven Spielberg, Paramount Pictures y Lucasfilm, 1984.
Indiana Jones y El reino de la
calavera de cristal (Indiana Jones and the Kingdom of the Chrystal Skull), Dir. Steven
Spielberg, Paramount Pictures y Lucasfilm, 2008.