El día en que el hombre comenzó a
pensarse a sí mismo, exactamente en ese preciso instante, nació la política. No
sería una exageración de mi parte, por lo tanto, afirmar que la política ha
estado allí prácticamente desde siempre. Y si ha estado desde el minuto uno con
nosotros, estudiarla –y sobre todo comprenderla– resulta fundamental para
entendernos como individuos y como sociedad.
Donde debemos comenzar con las
aclaraciones, asteriscos y notas al pie es en su definición, ya que ha ido
variando con el correr de los años. Así, por ejemplo, si nos trasladáramos a la
Atenas de Aristóteles –y habláramos un perfecto griego antiguo–, cualquier
diálogo sobre política que emprendiéramos nos resultaría bastante extraño
porque, en vez de implicar solo una
parte de la vida en las polis
(ciudades autónomas y soberanas que estaban desperdigadas a lo largo y ancho
del territorio que hoy conocemos como Grecia), la política lo abarcaría todo.
Aristóteles,
materia obligada si queremos referirnos a la Antigüedad, pensaba al hombre como
un zoon politikon (animal político),
y a la polis como el principio y fin
de cualquier acción y objetivo humano. Entonces, la ética, la economía y la
sociedad eran campos que se incluían dentro de la consideración política; no
existían fronteras que las diferenciaban ni que las separaban del resto de la
existencia.
Con el paso de
los siglos, se logró especificidad, por lo que cada área del saber comenzó a
tener su propia razón de ser. En ese proceso, ganó forma una idea de política
más cercana a la que tenemos hoy en día (relacionada con el poder y el Estado).
Llegaron tipos como Nicolás Maquiavelo, Thomas Hobbes, Adam Smith y Auguste
Comte –las minas vinieron después: Hanna Arendt, Simone de Beauvoir y Simone Veil, entre sus exponentes– que separaron la ética, la religión, la
economía y la sociedad en ámbitos que, aunque interconectados, se debían
estudiar de forma diferenciada, con sus propias leyes y lógicas.
A pesar de los
años transcurridos, de los autores consagrados y de los varios miles de libros
que se escribieron sobre el tema, a mí me sigue gustando la mirada aristotélica
de ver el mundo. El pensador griego sigue dando vueltas por ahí –y acepto
gustoso su influencia–, ya que yo también veo a la política en todas partes. A
veces la percibo y analizo con lentes de profesional, otras tantas como docente
y, más frecuentemente, como el simple mortal que soy, nacido en el barrio de
Saavedra. Lo que algunos pueden considerar una patología digna de ser atendida,
yo terminé reconociéndola como mi forma de ver el mundo.
En esa “locura”
también entra otra de mis pasiones: el cine. En cada película que veo, ya sea
una pochoclera que disfruto con mi hijo menor –me es imposible recordar la
cantidad de veces que vi El hombre araña (Spider-Man), pero seguramente estamos
hablando de un número de dos cifras–, el drama más lacrimógeno que mi hija del
medio me acerca o la de suspenso que comparto con, la mayor, siempre termino
encontrando un lazo en el argumento que relaciono con algún concepto político
que me anda dando vueltas en la cabeza.
Más allá del
agobio que debe significar para mis hijos este proceso mental con el que
conviven diariamente, me di cuenta de que al momento de pretender, o necesitar,
explicar conceptos abstractos escritos hace cientos o miles de años y que, a
primera impresión, estaban algo desconectados de nuestra actualidad, me resulta
de una practicidad a veces –recalco el “a veces”– milagrosa enlazarlos con el
cine.
A lo largo de
25 años de carrera docente universitaria, he visto cómo ha ido cambiando la
formación y los conocimientos de los más jóvenes hasta el punto en que hoy,
para muchos, Locke es el nombre de uno de los personajes de Lost, no John Locke, el filósofo inglés
del siglo xvi; y Smith es el
apellido de la pareja que protagonizaron Brad Pitt y Angelina Jolie en Señor y Señora Smith (Mr. & Mrs. Smith), no Adam Smith, el
padre del liberalismo económico.
Ante este
escenario, resulta más atractivo introducir la aparente complejidad de la
política citando el diálogo final entre el Guasón y Batman en Batman: El caballero de la noche asciende (Batman: The Dark Knight Rises) o explicar la lucha de clases a partir
de la escalada de Tony Montana en el mundo de la droga que a partir del mismo
Marx. Octopus, el malo de la segunda película de El hombre araña (Spider-Man), nos puede ayudar a entender el rol
de la ciencia y la técnica en nuestras sociedades como primer paso para leer a
Jürgen Habermas; e Indiana Jones podría ser el personaje ideal para diferenciar
la concepción del poder liberal de la realpolitik.
Así, con algo de suerte, los chicos terminan de cursar y tienen diferentes
perspectivas con las que pueden mirar al mundo y una idea más acabada de los
autores y temas que hacen al tronco de la política, y todo gracias al séptimo
arte.
Con este libro, aspiro a continuar ese sendero: tratar de hacer una
introducción al mundo de la política –al
que muchos no han entrado aún, ya por desinterés o por pensarlo como muy
lejano, a pesar de ser uno de los centros neurálgicos de la vida en sociedad–. La forma que elegí para hacerlo fue enlazarla con
aquellos lugares comunes en donde todos nos podemos sentir cómodos, con
referencias actuales a un universo mágico basado en la realidad: el cine.
Espero que
aquellos más “cancheros” con la terminología específica vean en este libro una
manera entretenida de indagar en un campo conocido; y tal vez, esta puede ser
una buena oportunidad para refrescar lo visto hace algunos años, o para que se
dispare alguna nueva reflexión.
Para los que se
hayan quedado con gusto a poco después de leer los temas tratados en cada capítulo,
hay al final de cada uno información adicional para que sigan indagando y
profundizando. Y si no vieron todas las películas a las que se hace referencia,
también hay un apartado con la ficha de cada una.
Si disfrutan
del libro al menos un poco de lo que yo disfruté escribiéndolo, me sentiré más
que satisfecho. Acomódense en sus butacas, apaguen los celulares y que la
función sea de su agrado.
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